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sábado, 24 de marzo de 2012

MIS NUEVOS AMIGOS



          A partir de aquel primer encuentro en el Casino las cosas empezaron a cambiar. Coincidía muchas veces a la hora de cenar con mis nuevos amigos y teníamos un ratito de charla y café . Poco a poco fuímos tomando confianza y me enteré de muchas cosas que desconocía.
          La farmacía pertenecía una mujer mayor, Dª  Cari, que en sus buenos tiempos fue una muchacha guapa y lozana, con mucha cultura y de muy buena familia que llevaba con gran eficacia el negocio. Pero por alguna causa que  desconozco cayó enferma, con algún tipo de obsesión o enfermedad mental, y un buen día se metió en la cama y ya no quiso salir más. Allí comía y vivía, sin salir a la calle, descuidando su aseo y su aspecto, y sin relacionarse con nadie, más que con la señora del pueblo que iba a limpiar.  Llevaba años en esas condiciones. Entre las cuatro paredes de su cuarto envejeciendo y marchitándose. No tenía hijos ni familia cercana, solo alguna sobrina  que vivía en Madrid y que iba a visitarla. Ante esa situación se hizo necesario contratar a alguien que se hiciera cargo de la farmacia, alguien competente y con estudios en la rama porque tendría que hacerlo absolutamente todo. Y aquí entra en juego Carmen, mi nueva amiga.
          Carmen era una persona agradable, abierta y muy campechana, que esperaba algún día tener una farmacia propia en el pueblo. Su novio, un estudiante de Filología Hispánica ya entrado en años, no se separaba de ella y la ayudaba mucho en los ratos que podía a despachar los medicamentos. No tenía oficio, acababa de colgar los hábitos, pues había sido fraile en un convento y se había puesto a estudiar esperando algún día encontrar un buen trabajo. Esto último ellos no me lo dijeron nunca, pero yo me enteré por los comentarios de la gente, algunos eran bromas, pero otros eran algo más hirientes. Hoy eso no tiene ya ninguna importancia, pero en aquellos años...era diferente, y todavía algunas personas no lo veían bien y era objeto de burlas y críticas.
          Sea como fuere, a mí me daba igual los comentarios y estuve muy contenta de haber entablado amistad con ellos.
-¡Vente a la farmacia con nosotros alguna tarde!-me dijo Carmen un día
          Y yo , tan ansiosa como estaba de conversación y de calorcito humano, no me hice de rogar, y muchos días, cuando terminaba de preparar las clases del día siguiente, me iba con ellos hasta casi la hora de la cena.
           El edificio era un poco viejo y estaba pegado a la carretera. Constaba de dos plantas. En la de arriba vivía Dª Cari con sus fantasmas y en la de abajo estaba la farmacía que tenía un cuartito donde guardaban los medicamentos clasificados en cajones. Era pequeñito, pero suficiente. Al lado tenía una mesa-camilla con un braserito delicioso. Cuando entraba alguien a por un medicamento salía alguno de ellos y se lo entregaba, pero como el pueblecito era tan pequeño no había demasiada  demanda.  La mayoría de los días no estábamos solos. Venían a la tertulia otras amigas, y así fue cómo el círculo se fue ampliando. Hablábamos de muchos temas y yo pasaba la tarde mucho más distraída.
          Cuando el tiempo mejoró salíamos a dar paseos por el sol hasta una zona que la llamaban "La Alameda", o nos tomábamos un café en la Taberna del Francés, donde iba la gente un poco más joven. No había más opciones. Pero poco a poco y muy lentamente me fuí encontrando más cómoda y ya no me parecía tan tedioso aquel rinconcito perdido. Hoy, cuando lo recuerdo, hasta siento añoranza y un cariño especial por aquel primer año, tan distinto a los que luego le siguieron.

viernes, 16 de marzo de 2012

EL FRÍO Y CRUDO INVIERNO



          Volví a mi rutina docente pasadas las fiestas de navidad, un nublado día de invierno. Llegué la tarde antes de comenzar las clases y lo primero que me impactó fue el terrible frío que hacía en la habitación. Helada de tantos días como había permanecido sin ninguna fuente de calor que la caldease. Lo primero que hice fue enchufar el pequeño brasero, pero era insuficiente para calentar todo aquello. Pegadita a él estuve lo que quedó de la tarde, abrasándome por delante y helándome por detrás. Al meterme entre las sábanas parecían húmedas y la sensación era muy desagradable. Tuve que pedir a Felisa alguna manta más porque me moría de frío. En la escuela me pasó lo mismo. Si ya antes la estufita de butano era insuficiente para calentar toda la estancia...al estar tantos días cerrada y con las terribles heladas que habían caído, no se podía parar ¿quién era capaz de sentarse quietecito a escribir en la mesa, en aquel ambiente tan destemplado?,Ni los niños ni yo podíamos,  se acercaban a mí con las manitas heladas y yo les hacía moverse con juegos para que entraran un poco en calor. Si tuviera que resaltar algo que me quedó grabado de aquel invierno, seguramente sería eso, el frío que pasé. Ni las casas ni las escuelas eran como ahora, en la mayoría de los sitios se calentaban con estufas y braseros, pero ya sabemos lo que ocurre con ello, solo calientan mientras se está al lado, luego vuelve otra vez el frío, y salir de una habitación  a otra se hacía un acto de heroísmo.
          Pese a todo comencé las clases con alegría, con la maleta cargada de ilusiones y los niños me recibieron alegres, contentos de volverme a ver para que les hiciera juegos y les contara historias. Volvieron también las risas a la hora de comer con los compañeros y las conversaciones con Felisa que cada vez iban siendo más frecuentes a medida que nos íbamos conociendo y tomando confianza.. me hablaba de su hijo el mayor, de sus problemas de adolescencia, de su hija pequeña que estaba en el colegio y no quería hacer los deberes, de su hija mediana que era la que más la ayudaba....y de su marido. Ella se refería siempre a él diciendo " mi hombre", y a mí me hacía gracia el término. "Su hombre" era taxista, el único taxista del pueblo, ocasionalmente hacía viajes a la capital para llevar a la gente al médico o  solucionar asuntos "de papeles", como se decía por allí, pero eso era sólo cuando salía el viaje, no daba para comer a toda la familia, por eso tenían también un pequeño negocio, una tiendecita parecida a una ferretería en la que se vendía de todo. Felisa se encargaba de ella, además de la casa y los hijos. El marido andaba siempre fuera, unas veces con el taxi y otras como transportista. Ella se sentía orgullosa de él cuando decía que se presentaría a las próximas elecciones municipales y que lo primero que iba a hacer si salía elegido era asfaltar las calles para que se pudiera transitar por ellas los días de lluvia.¡Falta hacía, desde luego!
          A medida que pasaban los días me fuí haciendo a estar allí, iba conociendo a la gente y entrando en conversación, aún así el sentimiento de soledad era grande y la añoranza y el recuerdo de los míos ocupaba gran parte de mi pensamiento.No desaprovechaba ninguna ocasión de salir, cuando algún compañero me decía que si íbamos por la tarde a algún sitio, o algún amigo de pueblos cercanos venía a verme... pero esto se producía en ocasiones contadas, el resto de los días me comía mi ración de soledad y aburrimiento y sola, sin embargo algo se percibía que cambiaba. Ya no me sentía tan extraña y casi sin darme cuenta me iba acomodando al lugar.
          Las cosas mejoraron más cuando una noche, a la hora de cenar en el Casino, la muchachita que me servía la mesa se acercó y me dijo:
- Los señores de la mesa del fondo la invitan a un café cuando termine la cena.
          Me quedé sorprendidísima. Miré hacía atrás y eran dos chicas y un chico, algo mayores que yo, alrededor de unos treinta años.No los conocía ni los había visto en mi vida, no obstante me acerqué a agradecerles el detalle, y ellos me invitaron a sentarme un rato. Eran la farmaceútica y su novio, con una amiga. Me habían visto muchas noches ir a cenar, sabían quién era y esa noche decidieron entablar conversación conmigo.
          La situación cambió a partir de entonces.

sábado, 25 de febrero de 2012

NAVIDAD EN LOS 80



          ¡Qué gusto volver a dormir en mi cama, rodeada de mis cosas! ¡Qué gusto volver a estar con mi gente!
          Las vacaciones de navidad fueron para mí como encontrar un oassis en medio de un desierto, un paréntesis de alegría y bienestar.
          La noche del 24 de diciembre cenamos, como era costumbre, en casa, con mis padres, mi hermana con su familia y mi abuelita Andrea, que se vino con nosotros aquellos días. Era lo tradicional, lo que se hacía en todas las casas. Una cena un poco especial y la alegría de poder encontrarnos todos juntos una vez más.Así de simple. Hace días he vuelto por la casa aquella, cerrada desde que murió mi padre, hace ya cerca de doce años, y me "hago cruces" de cómo podíamos caber tantos en un espacio tan reducido. Ahora que estamos acostumbrados a los salones de los chalets, de los cómodos y modernos apartamentos...parece incomprensible, sin embargo éramos felices así, y no echábamos de menos ninguna otra cosa. Seguramente porque se daba importancia a lo esencial.
          Pero me voy del tema...los últimos días del año pasaron a ritmo de vértigo. Por la mañana leía y escuchaba música, por la tarde salía a pasear o a alguna cafetería con mi novio ( ahora es mi marido) y otros amigos. Querían saber cómo me había ido, cómo era mi vida en el pueblo, cómo pasaba el tiempo y qué lugares de diversión había, pero yo no tenía grandes aventuras que contar y tampoco me apetecía hacerlo, mi vida en el ambiente rural no era demasiado interesante, y  lo que quería era pasarlo bien, aprovechar el tiempo, ir aquí y allí, y sobre todo ir al cine ¡Con lo que me gustaba! Bueno...me gustaba y me gusta. Del pueblo no queria ni acordarme, y no porque me trataran mal allí, pero sabía lo que me esperaría a la vuelta y por eso quería disfrutar al máximo. ¡Nunca saboreé las navidades tanto como entonces!
          La noche de Fin de Año, después de tomar las uvas, me fuí a una casita de campo que tenían mis padres, un chalecito pequeño para pasar los veranos, con toda la tropa de amigos. Compramos bebidas, cosas de comer, llevamos un tocadiscos portátil con un montón de discos de vinilo de los de antes, disfraces..y todo lo que se nos ocurrió para pasar una noche divertida al cien por cien.Uno de los amigos se llevó una piel de tigre con cabeza, y como la casita estaba cerca de la carretera, cuando pasaba un coche salía con la piel de tigre puesta en la cabeza a hacer autostop. El alboroto no podía ser mayor ¡No paramos de reír , bailar y pasarlo bien!. El día siguiente nos sorprendió comiendo frutos secos y contando anécdotas, y alguno que otro un poco "trompa" tirado en el sofá o algún sillón. A las siete de la mañana, dos de los chicos fueron a la ciudad a buscar una churrería abierta, mientras las chicas nos quedamos preparando el chocolate...¡Qué tiempos!¡ Con qué poco nos conformábamos! Después del desayuno, recogimos todo y nos fuimos cada uno a su casa a dormir. El 1 de enero,  Año Nuevo, lo pasamos casi todo él durmiendo.
          Los días se aceleraban cada vez más y antes de que me diera cuenta ya habían pasado todas las fiestas. Sin saber cómo me encontré otra vez haciendo la maleta y con la mirada puesta en la clase y los niños. Mi abuela salió a despedirme hasta la puerta de la calle, y con lágrimas en los ojos, lo mismo que cuando llegué, me dijo que me cuidara mucho...¡Qué lejos estaba yo de saber que esas serían las últimas navidades que pasaríamos juntas!

domingo, 19 de febrero de 2012

LA LLEGADA DE LA NAVIDAD



          ....Un día a mediados de diciembre, la madre de uno de mis pequeños alumnos llamado Ángel, se presentó por la mañana con un queso y unas figuritas de mazapán.
-Tenga, señotita, para que celebre la Navidad con su familia. El queso es de cabra y el mazapán lo hemos hecho nosotros.
Me puse tan azarada, que no acerté más que a decir:
-Muchas gracias, pero no era necesario que se hubiera molestado...
-No, no- me cortó- Si no es ninguna molestia. Si le estamos muy agradecidos, y el niño viene muy contento a las clases...
          Yo desconocía que en aquel rinconcito manchego todavía se conservaban las viejas tradiciones de regalar algo de comer a los maestros cuando llegaba Navidad. Y todos, el que más y el que menos, aunque no tuvieran mucho que ofrecer, hacían el esfuerzo de llevar alguna cosilla. A mí me costaba trabajo aceptarlo algunas veces , pues sabía que eran gente humilde, que vivían del campo, de las viñas, de lo que podían,y que muchas veces andaban con lo justo. pero no me podía negar a coger lo que llevaban porque lo hubieran considerado una descortesía por mi parte. Y así fue como, la víspera de las vacaciones me junté con un montón de paquetitos y tuve que llamar a mi madre para advertirle, que no comprara dulces aquel año , que llevaba  unas cuantas cajas y se echarían  a perder.

             Los días previos a la partida vacacional transcurrieron, tranquilos pero alegres. No disponía en la clase de ningún adorno de navidad, ninguna bolita de color o espumillón para colocarlo por la pared, asi que tuve que echar mano de la imaginación y con unas barritas de plastilina que había en el armario hice un pequeño nacimiento, ayudándome con algunas ramitas y piedras que encontré en el patio de recreo. Los niños trajeron las panderetas y aprendieron algunos villancicos que luego le cantábamos al Niño.Pero el ratito que más disfrutaban era cuando nos sentábamos en la alfombra y contábamos cuentos de navidad. Eran unos momentos que adoraban, y yo con ellos. Allí, al calorcito de la estufa saqué todo mi repertorio de historias, las que había leído, las que me habían contado, o las que me inventaba. Me miraban fascinados, atentos a todas las palabras que salían de mi boca,que unas veces eran graves, otras agudas, otras semejaban a alguien que se enfada, que se sorprende...dependiendo del personaje que hablara, y ninguno se distraía, estaban todos atentísimos. ¡Que distinto es ahora! Cuando he intentado contar un cuento en los cursos bajos, hay siempre algunos que no quieren escuchar, están tan llenos de estímulos por todos lados, tan artos de todo, que no saben saborear esos bellos momentos...
          El último día me despedí de mis pequeños alumnos con un beso y deseándo que los Reyes les trajeran muchas cositas buenas. Yo, por mi parte, estaba feliz. Feliz de volver a mi casa,a reencontrarme con mi familia y mis amigos.Hacía tiempo que lo venía saboreando
           La noche antes ya había dejado la maleta preparada, y a las dos del día siguiente esperaba impaciente en la plaza el autobús que me llevaría de vuelta a mi hogar. Cuando subí y me senté en mi asiento, oí detrás de mi  una voz, que en forma de susurro decía a otra persona: "Esta es la maestra". Pero ya no me importó, en poco más de una hora sería una persona perdida entre otras muchas. Al ver como aparecían en el horizonte, la torre de la Catedral y los cuatro picachos del Álcázar de mi pequeña ciudad mi corazón estalló de alegría.  Mi madre me recibió con un beso emocionado y mi abuela Andrea, que pasaba las vacaciones con nosotros, no pudo contener las lágrimas...¡Volvía a mi hábitat!
    

viernes, 10 de febrero de 2012

...Y LLEGARON LOS FRÍOS



          Los días se fueron acortando y el frío comenzó a aparecer. En la clase teníamos una estufita de butano que calentaba poco y mal. Desde el primer día se convirtió en mi mayor pesadilla.No vivía tranquila  pensando  que alguno, con su ir y venir alocado, se cayera encima y se quemara sin querer. La coloqué en una esquina, lo más lejos posible del paso de los niños y a ellos les atemoricé para que no se acercaran, pero aún así no me relajaba y estaba más pendiente de la estufa que de cualquier otra cosa. Tampoco solucionaba mucho ese pequeño artefacto, en una clase tan grande como aquella y de techos tan altos, era insuficiente el calor que producía . Las manos se me quedaban heladas escribiendo y de vez en cuando tenía que acercarme a ella a calentarlas para que pudieran seguir funcionando. Aunque la verdad es que prefería pasar un poco de frío antes que ocurriera algún accidente. Estaba siempre inquieta con la dichosa estufa...¡y el inverno todavía ni había empezado!

          Cuando cerraba la verja de la escuela por la tarde, era ya casi de noche, las calles estaban desiertas y solo el olor a leña de las chimeneas encendidas hacía suponer que el pueblo estaba habitado.Era un olor que me gustaba porque sabía a pueblo, a campo, a ambiente rural y porque donde vivía no lo había, y era un olor bonito, entrañable , de otoño, que me llevaba a mi infancia, cuando en una pequeña casita de campo que tenía mi padre encendíamos el fuego de la chimenea..Y así, envuelta en mi abrigo y mis recuerdos, con el bolso en una mano y en la otra un montón de cuadernos, recorría el corto espacio hasta  mi cuarto solitario. Lo hacía sin prisa, alargando el momento de la llegada, pese al frío y lo desapacible del tiempo porque sabía que, una vez  allí ,me esperaban largas horas de aburrimiento hasta que llegara la hora de cenar en el Casino.

          A primeros de noviembre el tiempo empeoró, llegaron unas lluvia muy intensas que dejaron el pueblo convertido en un lodazal. Las calles, en su mayoría de tierra, se volvieron intransitables y la luz sufrió varios apagones.  Uno de aquellos días de temporal ,a las nueve, como era mi costumbre, iba a dirigirme al Casino para cenar, cuando Felisa me detuvo:
-¿Dónde va, usted? ¿No ve la que está cayendo?
Pero yo obstinada en salir no le dí importancia a la cortina de agua que no dejaba ver lo que había detrás
- Si no es nada, cojo el paraguas...si el Casino está aquí, a un paso...
Y sin esperar respuesta me marché. Pero no conseguí ni tan siquiera doblar la esquina. Las calles se habían convertido en verdaderos ríos que no respetaban ni aceras, ni portales, ni nada que estuviera a ras de tierra. Venían turbias, llenas de lodo y de ramos , cantos y  todo lo que conseguian llevarse a su paso. Yo intentaba sortear el agua saltando de piedra en piedra a la vez que luchaba para que el paraguas no me fuera arrebatado con la fuerza del viento. El agua me azotaba la cara, me empapaba el pelo, el abrigo y se me metía en los zapatos y los encharcaba. Me dí cuenta que había sido una locura salir, pero aún así intenté seguir un poco más. El Casino estaba doblando la esquina y bajando un poco la calle, pero al alcanzar la siguiente casa, el pueblo entero quedó completamente a oscuras y ya no ví ni calle, ni esquina, ni nada de nada. Quedó todo oscuro " como boca de lobo" y yo a merced del temporal. A tientas,volví sobre mis pasos, muy pegadita a la pared de las casas hasta dar con la de Felisa.  La mujer, al verme aparecer en aquel estado lamentable, se llevó las manos a la cabeza. Y yo a  modo de disculpa le dije.
-.No pensaba que el tiempo estaba así.No he podido ni llegar a la esquina...
-¡Ande, ande, pase! ¡Séquese un poco y baje luego a tomar algo caliente con nosotros!
Y así lo hice.  El caldito que me preparó me reconfortó y yo se lo agradecí en el alma.Cuando la luz volvió, vimos por la televisión que toda la España norte estaba inundada, y que el agua en muchas aldeitas se había llevado las casas y los enseres
-¡Todavía tenemos que dar gracias a Dios!- comentó Felisa

          A la mañana siguiente la lluvia se marchó, pero dejó el pueblo sucio, lleno de barro, piedras, ramas rotas y  charcos insalvables. Las calles tardarían mucho tiempo en volver a su aspecto habitual Aquel día me las ví y me las deseé para llegar a la verja.

          Ahora, cuando salgo de mi actual colegio por la tarde y voy de regreso a casa en mi coche, me acuerdo de aquellas tardes, me vienen a la memoria el olor de las chimeneas, el color del cielo, el frío desapacible de la estación otoñal...y pienso...¡Treinta años ya me separan de aquello! ¡Cómo ha podido pasar el tiempo tan deprisa! Entonces era joven e inexperta, ahora ya no soy joven pero si acumulo una gran cantidad de experiencias que me han hecho conocer y manejar  bien esta profesión. El tiempo no es tan despiadado como nosotros creemos, pues aunque nos quita la vida lentamente nos da otras cosas a cambio.



         

sábado, 4 de febrero de 2012

¡MI PRIMER CLAUSTRO!



          Éramos un claustro joven. Diez maestros en total que no rebasábamos los cuarenta años, pero yo veía a los compañeros mayores y experimentados, cuando se ponían a hablar de temas relacionados con la administración y los padres, tomaba conciencia de que mi ignorancia era absoluta, no sabía cómo tratar a los padres , ni cómo resolver un conflicto , ni tampoco desenvolverme en la administración. Me quedaba con la boca abierta cuando veía al director, Manolo se llamaba, manejar las situaciones difíciles en los Consejos Escolares cuando algún padre enseñaba las uñas o cuando tenía que pelearse con la Delegación para que mandaran material o recursos humanos. Todo eso a mí se me hacía un mundo, pero lo fui aprendiendo poco a poco, a base de trompicones, de errores, de noches sin dormir. Son lecciones que no se enseñan en los libros, las enseña la vida, y es necesario vivir para aprenderlas.
          A mediodía comía con mis compañeros en casa de uno de ellos que estaba soltero. Éramos un grupito de cinco. Nosotros mismos hacíamos la compra y la comida al salir de clase. Teníamos un menú establecido para cada día que duraba una quincena, cuando terminaba volvíamos a empezar.  Quinientas pesetas nos daban para comer los cinco días de trabajo. Allí fue donde dí mis primeras clases de cocina. Cuando llegué a penas si sabía freír un huevo, pero rápidamente aprendí a rehogar verdura, hacer filetes rusos, ensaladilla, pescados...¡y hasta paella! Antonio, uno de nosotros, había tenido un bar y a veces nos hacía unas tapitas que estaban deliciosas.
          Aquel era el mejor momento del día, el único en el que podía establecer una comunicación. Las bromas, las risas y hasta las carcajadas estaban siempre presentes, como si fuéramos todavía adolescentes ,sacábamos chiste de todo y nos reíamos hasta de nuestra sombra. No recuerdo en todos los años que he trabajado haber reído tanto con los compañeros como entonces. Me sentía a gusto y cómoda, y esperaba con ilusión que llegase ese ratito,lo disfrutaba con alegría, sabiendo que una vez pasara volvería a la soledad de mi cuarto.
          Después de terminada  la jornada escolar, ya no los volvía a ver hasta el día siguiente.
Tres de ellos vivían en el pueblo, dos  lo hacían a la fuerza, obligados por las circunstancias, como yo., y no salían casi nunca.  El caso de Manolo era diferente. Él era de allí y estaba absolutamente integrado con la gente del lugar, los conocía, hablaba con ellos y muchas noches se acercaba hasta el Casino a tomar unos vinos. A veces coincidía con él cuando iba a cenar y tomábamos un café juntos.
          Son historias de antes que ahora producen nostalgia y se recuerdan con cariño, aunque muchas veces no fueran precisamente un camino de rosas.

sábado, 28 de enero de 2012

AL SALIR DE LA ESCUELA



          Por las noches dormía en "casa de Felisa". Era lo más parecido a una pensión que se podía encontrar en el pueblo. Felisa era una mujer de cuarenta años, pero de cuarenta años de las mujeres de antes. Entregada en cuerpo y alma a su marido y sus cuatro hijos. Hasta ella no había llegado la liberación femenina de la que tanto se hablaba en las ciudades, ni la realización fuera del hogar, ni el que una mujer pudiera hacer las mismas cosas que un hombre. Ella se llevaba las manos a la cabeza cuando veía por la televisión que las mujeres exigían igualdad de derechos y salían por ahí sin llevar al marido al lado. Y yo también me llevaba  las manos a la cabeza de ver que todavía había gente, sobre todo mujeres, que pensaban como ella.  Creo que no veía con buenos ojos que  fumara, ni tampoco que me fuera a cenar con algún amigo y llegara cuando todos hacía rato que dormían. Pero era joven, tenía 23 años y unas tremendas ganas de vivir y divertirme. Su mentalidad y la mía estaban a años-luz de distancia y por mi pàrte no estaba dispuesta a retroceder en mi manera de ser y de pensar. Pese a todo era una buena mujer, muy a la antigua pero gran persona, y aunque no aprobara alguna de mis acciones siempre las respetaba y nunca se quejó de nada ni hizo comentario alguno.
          Felisa me había alquilado una habitación en la segunda planta de su casa. Era grande y con una gran cristalera. Tenía dos camas y una mesita-camilla donde me ponía a trabajar en cosas de la escuela. Los muebles eran nuevos y todo estaba muy limpio y cuidado, pero a mí las tardes se le hacían terriblemente largas allí. Desde las seis que salía de clase hasta la hora de cenar pasaba lo peor del día porque me moría de aburrimiento sin conocer a nadie de mi edad y sin tener ningún sitio a donde ir. ¡Ah, cómo echaba de menos mi casa! Contaba las horas que faltaban para que llegara el viernes por la tarde y poder regresar a mis libros, mis cuadros, mis amigos...poder ir al cine o a alguna cafetería sin que nadie me reconociera, sin que nadie supiera que era la maestra. Mi ciudad natal no es grande, pero había sitios a los que acudir, había lugares para que se distrajera la gente joven, sin embargo en el pueblo no había nada, ni tan siquiera una triste cafetería a la que poder ir sin llamar la atención.
          Por eso las tardes las pasaba en mi cuarto, me llevé bastantes libros de casa para leer y una pequeña radio a pilas en la que escuchaba programas de música y  noticias. También me distraía sacando actividades y juegos para hacer con los niños en clase y escribiendo cartas a los amigos.Así pasaba el tiempo, lento, interminable.
          Una vez en semana me acercaba a una cabina de teléfono que había al lado de la carretera, frente al Casino, y llamaba a mi madre. Era un ratito de respiro que me recordaba el mundo al que pertenecía...¡ tan lejos del que me encontraba! Me gustaba mucho oir su voz y estar un ratito de charla con ella porque me entendía y me rodeaba de mimos y atenciones, aunque solo fuera por teléfono. Luego regresaba de nuevo a la soledad del cuarto, y algunas tardes, era tanta la necesidad que tenía de hablar con alguien, que me bajaba un ratito con Felisa, aunque sabía que no hablaríamos en el mismo idioma.
          A las nueve aproximadamente me acercaba al Casino a cenar algo caliente. Los primeros días fuí la espectación. Estaba lleno de hombres y cuando entraba por la puerta todos se giraban a mirarme, yo me sentía incomodísima sabiéndome observada y pedí a la dueña del bar que me pusiera en algún lugar apartado, lejos de las miradas de curiosos. Y así pude comer tranquila durante algún tiempo.
          En definitiva esta era la vida de entonces en las zonas rurales. Las mujeres poco podían hacer salvo estar en su casa y ocuparse de las tareas que se habían relegado a su sexo, y los hombres, después de la jornada en el campo tenían el ratito de charla en la taberna.  Solo han pasado treinta años y parece que hubiera sido un siglo.Los tiempos han corrido muy deprisa y las cosas ya no son ni sombra de lo que fueron.Pero ahí quedan estos pequeños hilvanes de recuerdos para conservarlos en la memoria.

sábado, 21 de enero de 2012

MIS PRIMEROS ALUMNOS



          Eran veinte enanitos de cuatro años que me miraban curiosos, pero me trataban con total familiaridad. Ninguno lloraba a la hora de entrar , ni se les veía desconfiados por quedarse con una persona extraña a la que no habían visto nunca. Han pasado casi treinta años de aquello y todavía me acuerdo del nombre de algunos de ellos.
          Había uno que se llamaba José Luis. Era delgadito y de pelo rubio. Muy alegre y de buena capacidad intelectual. Siempre terminaba el trabajo de los primeros y le encantaba jugar con los bloques lógicos y la plastilina. Resuelto, inquieto y con buenas habilidades sociales. A su lado se sentaba María, una niñita tímida y pequeñita que pasaba por la clase casi desapercibida. Me daba pena esta niña. No tenía madre, murió al poco de nacer ella y su padre andaba siempre de viaje por motivos de trabajo, casi no le veía. Se criaba con su abuela, una persona muy mayor que siempre iba vestida de negro de pies a cabeza, con una toquilla de las de antes. Cuando la veía me parecía que el tiempo retrocedía veinte o treinta años. Mujer huraña y de pocas palabras,  a penas la entendía cuando me hablaba ( las pocas veces que se dirigió a mí). Estoy segura que la niña recibía pocas muestras de cariño, que nadie se entretenía en jugar con ella ni contarle algún cuento por las noches.Se le notaba algo extraño, diferente del resto. Sus ropas eran muy modestas, y es muy probable que su familia pasara dificultades económicas Por eso me daba pena, y por eso la rodeaba de atenciones.
          En el grupo también estaban Jorge, el hijo del director de la Caja, que era de los más pequeños  y se notaba un poco su inmadurez con relación al resto; Pilar, una niña que siempre iba muy bien arregladita...Alejandro, el del médico, que vivía solo con su padre.  Recuerdo que un día se hizo caca en mitad de la mañana, se puso a llorar y cuando me acerqué un poco, en seguida comprendí lo que era por el olor.¡Me dieron los siete males y medio! ¡Menudo apuro! Allí sola, sin saber qué hacer, sin teléfono para avisar a nadie y diecinueve renacuajos pegados a mis faldas.. le llevé al servicio,le limpié como pude,  pero el niño seguía sucio y olía fatal, Estaba para meterle en la ducha y lavarle de arriba abajo,  no le podía dejar así, de modo que pedí a mi compañero de al lado que echara un vistazo a mi clase, y yo me fuí con el niño hasta la consulta de su padre, que se deshizo en atenciones conmigo...
          Era una clase buena, todos ellos hijos de gente sencilla que trabajaba en el campo, principalmente en las viñas. La recogida de la uva en septiembre y primeros de octubre era primordial. El pueblo casi se paralizaba y todo el mundo ( hombres, mujeres y niños) ayudaban en las viñas. Todo el pueblo olía a uvas y a vino. En la clase los niños mayores faltaban muchísimo en aquellos días porque iban al campo a ayudar a sus padres, tíos, abuelos, y hasta que no recogían el último racimo no se incorporaban. Era tan marcado el absentismo escolar que las clases de la tarde , que según el calendario escolar de entonces debían comenzar el 1 de octubre, no empezaban hasta pasado el Pilar ( 12 de octubre). Podría decir que, en aquel lugar de la Mancha, esa era la fecha en la que empezaba el curso para los chicos mayores.
          Los pequeños, en cambio, permanecían ajenos a todo aquello, y puntualmente iban a clase todos los días. Comenzábamos a las nueve y media y salíamos tres horas después. Por la tarde la entrada se hacía a las tres hasta las cinco. A esa hora, cuando los niños se iban, yo me quedaba sola en la clase con una pila de cuadernitos para corregir y poner nuevas tareas para el día siguiente. Era un ratito que adoraba. Allí, sola y sin el bullicio de la chiquillería podía pensar y reflexionar, organizar mi trabajo y ver cómo se desenvolvían los niños con el suyo. Haciéndolo todo a mano no me quedaba mucho tiempo para decorar la clase, pero poco a poco le fuí dando otro aspecto, a ratitos  y como podía. Por la ventana se veía un antiguo molino ( de los de don Quijote), me gustaba mucho mirarlo...¡La de juegos y actividades que me pasarían por la cabeza mirando aquel viejo molino!
          El tiempo nos hace mirar las cosas de forma idílica, las trastoca y parece que " cualquier tiempo pasado fue mejor", como dice Jorge Manrique en sus famosas coplas, pero es lo que me ha quedado de entonces y así es cómo lo recuerdo. Cuando lo viví seguramente no fuera así, pero ya no puedo retroceder.
          Muchas veces me he acordado de aquella clase y de los niños. No los recuerdo a todos, pero al grupito que más sobresalía si. Ahora me pregunto qué habrá sido de ellos, dónde habrán ido a parar y en qué gastarán su vida. Haciendo cuentas ya tendrán más de treinta años, alguno puede que esté casado y con hijos, y muy probablemente me habrán hecho "abuela-maestra".

sábado, 14 de enero de 2012

MI PRIMERA CLASE



          El edificio tenía  olor a antiguo, a viejo, a pueblo. Una sola planta dividida en dos clases y unos servicios en la zona trasera. Estaba  a cinco minutos andando del colegio nuevo, todo reluciente, con su patio de cemento, su calefacción, su teléfono, sus instalaciones modernas... lejos de la estufa de gas y la pizarra negra descascarillada que me había tocado a mí en suerte. Sólo dos maestros estábamos en la zona antigua. Dos maestros que habíamos llegado los últimos al reparto de cursos, los dos más jóvenes, los dos que acabábamos de empezar.
          Pero no me sentí mal por ello, estaba tan contenta y entusiasmada por haber logrado una plaza que todo lo recibía con los brazos abiertos, incluso cuando me comunicaron que los alumnos que tendría serían de cuatro años. ¡La última clase que quedaba!..Y me la adjudicaron a mí que no solo no tenía experiecia, sino que ni tan siquiera era mi especialidad. Entonces las cosas las hacían así, sin sentido. Uno estudiaba una especialidad y después impartía clase de cualquier otra cosa, para la que  no estaba preparado. Afortunadamente aquello se modificó a los pocos años.
          El primer día que llegué a "mi escuela" estaba completamente perdida y comida por los nervios. Un montón de madres con sus pequeños retoños se amontonaban a la puerta de la verja.
-Buenos días- saludé
-Buenos días-contestaron mirándome de arriba abajo sin ningún disimulo
          Los niños entraron, uno a uno, sin llorar. Parecían acostumbrados a esa situación y las madres se retiraron de inmediato. Veinte renacuajillos conté y yo sin saber qué hacer con ellos. Me vino a la memoria entoces los años de carrera y las horas perdidas estudiando los sistemas de ecuaciones en matemáticas y el "realismo mágico" en literatura ¿para qué me servía eso ahora? Ni tan siquiera la psicología del desarrollo o la pedagogía fundamental que aprendí me valían  para aplicarlas allí. Desconocia las estrategias, los métodos, los recursos de los que podía echar mano, la utilización del material ...y entonces comprendí que no se es maestro porque se tenga un título o unas oposiciones aprobadas, el maestro,además de llevar la profesión en el corazón, se va haciendo poco a poco, con la sabiduría que le da la experiencia de los años y con lo que aprende de los niños.
          Aquella misma tarde, cuando la clase quedó vacía y cerré la verja, me dirigí al colegio nuevo, a rebuscar entre los libros de la biblioteca alguno que hablara de cómo organizar una clase de infantil. Me llevé todos los que encontré, tres o cuatro, y me puse a estudiar lo que tenía que saber y no me enseñaron.
          Dividí la clase en grupos de cuatro o cinco mesas y a cada grupo le dí un nombre ( las hadas, los vaqueros, los muñecos...),hice una lista de hábitos que quería que aprendieran y después me puse con los contenidos, los conceptos, la motricidad. Todo lo que leía en los libros y me parecía buena idea lo aplicaba con mis niños, no tenía otro recurso al que acudir para recibir información y formación a la vez.
          Los niños no disponían de cuadernillos de fichas bonitas como tienen ahora, las fichas las hacía yo cada día, una a una, inventándome los dibujos. No tenían juegos ni juguetes, a penas unas pocas cajas de bloques lógicos y bolas de plastilina. Los cuentos brillaban por su ausencia, de modo que tuve que echar mano de mi imaginación para contarles historias que les gustaran. No había ni un modesto radiocassette para que pudieran escuchar alguna canción infantil, se la tenía que cantar yo ( las pocas que sabía, porque no era muy amplio mi repertorio). Las paredes estaban desnudas, vacías, desoladas, me llevé de casa unos dibujitos que tenía hechos para mis sobrinas, de personajes Disney y los coloqué, y los fines de semana dedicaba un buen rato en casa a sacar otros para eliminar la sensación de tristeza y abandono que se percibía al entrar.
          Todo esto que puede parecer tremendo ahora, no lo era tanto en aquellos años. En muchos pueblos estaban así y se veía casi con normalidad, incluso había sitios peores, como después pude comprobar. Eran otros tiempos. En las ciudades la educación se vivía de otra manera, pero en las zonas rurales todavía faltaban unos años para que se pudiera igualar.Por eso la escasez de recursos no me sorprendió demasiado, muy al contrario me estimuló para poder crearlos yo misma, y dedicaba las tardes enteras, en cuerpo y alma a esta tarea.

viernes, 6 de enero de 2012

En un lugar de La Mancha....



         
          Hace tiempo que me ronda en la cabeza la idea de escribir algo sobre mi vida profesional. ¡Hay tantas anécdotas! ¡Tantas y tantas experiencias con niños y adultos!  El material da sobradamente para escribir un libro detrás de otro. Pero yo no soy tan ambiciosa, no tengo paciencia para estar mucho tiempo enredada en una misma cosa, lo que empiezo lo tengo que acabar casi de tirón, de lo contrario pierdo fuelle, me canso, lo arrincono y…¡si te he visto no me acuerdo!
          Por eso lo que voy a contar son pequeños recuerdos sacados de aquí y de allí, de los pueblos por los que he pasado, de los numerosos niños a los que he enseñado, de los compañeros que me han dejado huella, de las familias y sus problemas…en definitiva, una especie de picoteo mezclado con algunas cosillas de mi invención para hacer el relato un poco más interesante. No todo lo que se cuenta es verdad ni ocurrió así al pie de la letra, aunque tampoco hay nada que sea mentira porque todo está sacado de la experiencia de muchos años de rodaje.
           ¡En fin! Puesto que la imaginación es libre, cada cual que imagine lo que quiera, que es muy probable que a partir de este relato surjan otros muchos sin haberlo pensado.



          En un lugar de la Mancha, lo mismo que ocurrió con Don Quijote, comenzó mi historia. En un pueblecito pequeño y olvidado en medio de extensos viñedos que lo  desdibujaban y casi lo  hacían desaparecer, un puñadito de casas divididas por la carretera, único nexo de unión con las demás poblaciones más importantes. El ayuntamiento y la iglesia, símbolos del poder humano y divino, eran las dos instituciones que lo presidían. El primero se asentaba en la misma plaza, con sabor a antiguo y una balconada en madera bastante bien conservada,  la segunda alzaba su torre al pie de la carretera, tirando a las afueras. El exterior no era nada del otro mundo, cuatro piedras, una sobre otra, sin ningún estilo reconocido, su interior nunca lo visité. Tabernas, bares y otros lugares de diversión no había, salvo el casino, que daba comidas a los viajeros y por las noches cobijo a los trabajadores que se reunían a tomar unos “chatos de vino, y la “taberna del francés” que servía cervezas a la escasa clientela más joven.
          Era un pueblo de gentes sencillas, que se dedicaban al cuidado de las viñas y la tierra.

          Allí fuí a caer en mi primera experiencia docente.Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Era un 22 de septiembre, tenía 23 años y todo un libro de páginas en blanco para escribir con las palabras del día a día.

        La mañana estaba fresca pero el día se presentaba caluroso .Fué un día cargado de emociones ¡Ochenta kilómetros me separarían de mi casa! ¡De mi hábitat! Ochenta kilómetros de viaje en los que no hacía más que pensar cómo sería mi vida allí y qué tal me desenvolvería con la escuela. Cierto que no era la primera vez que daba clase,que ya había tenido mis prácticas en Magisterio y también había sacado algún dinerillo con las clases particulares que di en casa antes de aprobar las oposiciones, pero una escuela para mi sola, en la que yo tomara las riendas absolutas, no la había tenido nunca, y eso producía mucha desazón en mi estado de ánimo.

          - Aquí no tendrás problemas. Es un pueblo pequeño y tranquilo- Fueron las palabras que me dedicó el director del colegio al llegar y que tuvieron la virtud de apaciguar mi desasosiego. En realidad todo él infundía tranquilidad. Se le veía resuelto y acostumbrado  a estas cosas y más. Parece que le estoy viendo, estábamos en una habitación grande, con un ventanal amplio en el frente que iluminaba la estancia. Era un lugar  que hacía las veces de despacho y almacén a juzgar por la gran cantidad de cajas con material que se almacenaban en los rincones. Estábamos sentados en la mesa de dirección. Yo nerviosa como un flan, él tranquilo, reposado. Parecía de carácter abierto y afable, y se alegró de que estuviera allí, porque llevaban más de una semana esperando una maestra para los niños de cuatro años.  Me habló del horario, del pueblo, de los compañeros que tendría , y después,sin demasiados protocolos, me llevó a  conocer los que a partir de ese día iban a ser mis alumnos.