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sábado, 4 de febrero de 2012

¡MI PRIMER CLAUSTRO!



          Éramos un claustro joven. Diez maestros en total que no rebasábamos los cuarenta años, pero yo veía a los compañeros mayores y experimentados, cuando se ponían a hablar de temas relacionados con la administración y los padres, tomaba conciencia de que mi ignorancia era absoluta, no sabía cómo tratar a los padres , ni cómo resolver un conflicto , ni tampoco desenvolverme en la administración. Me quedaba con la boca abierta cuando veía al director, Manolo se llamaba, manejar las situaciones difíciles en los Consejos Escolares cuando algún padre enseñaba las uñas o cuando tenía que pelearse con la Delegación para que mandaran material o recursos humanos. Todo eso a mí se me hacía un mundo, pero lo fui aprendiendo poco a poco, a base de trompicones, de errores, de noches sin dormir. Son lecciones que no se enseñan en los libros, las enseña la vida, y es necesario vivir para aprenderlas.
          A mediodía comía con mis compañeros en casa de uno de ellos que estaba soltero. Éramos un grupito de cinco. Nosotros mismos hacíamos la compra y la comida al salir de clase. Teníamos un menú establecido para cada día que duraba una quincena, cuando terminaba volvíamos a empezar.  Quinientas pesetas nos daban para comer los cinco días de trabajo. Allí fue donde dí mis primeras clases de cocina. Cuando llegué a penas si sabía freír un huevo, pero rápidamente aprendí a rehogar verdura, hacer filetes rusos, ensaladilla, pescados...¡y hasta paella! Antonio, uno de nosotros, había tenido un bar y a veces nos hacía unas tapitas que estaban deliciosas.
          Aquel era el mejor momento del día, el único en el que podía establecer una comunicación. Las bromas, las risas y hasta las carcajadas estaban siempre presentes, como si fuéramos todavía adolescentes ,sacábamos chiste de todo y nos reíamos hasta de nuestra sombra. No recuerdo en todos los años que he trabajado haber reído tanto con los compañeros como entonces. Me sentía a gusto y cómoda, y esperaba con ilusión que llegase ese ratito,lo disfrutaba con alegría, sabiendo que una vez pasara volvería a la soledad de mi cuarto.
          Después de terminada  la jornada escolar, ya no los volvía a ver hasta el día siguiente.
Tres de ellos vivían en el pueblo, dos  lo hacían a la fuerza, obligados por las circunstancias, como yo., y no salían casi nunca.  El caso de Manolo era diferente. Él era de allí y estaba absolutamente integrado con la gente del lugar, los conocía, hablaba con ellos y muchas noches se acercaba hasta el Casino a tomar unos vinos. A veces coincidía con él cuando iba a cenar y tomábamos un café juntos.
          Son historias de antes que ahora producen nostalgia y se recuerdan con cariño, aunque muchas veces no fueran precisamente un camino de rosas.

14 comentarios:

  1. Que bonitos recuerdos...me sorprende las buena relaciones que se tenían antes para todo, en general...Hace apenas 3 años participé en mi primer claustro y me sentía tal y como explicas tú en esta entrada. De vez en cuando hacemos una comida todos los compañeros (3 ó 4 al año) y disfrutamos mucho, pero yo creo que no se disfruta como antes, que con muy pocas cosas la gente era muy feliz. Mis padres (57 y 59 años)me cuentan muchas veces historias de su infancia y me quedo alucinada de muchas cosas. Igual que vosotros os juntabais en la casa de un compañero para comer y cocinar juntos, hace unos años la gente que no tenía medios para comprarse un televisor se iba a casa de un vecino o conocido a ver una película. Mi padre cuenta que se juntaban 10 o 15 niños en el suelo de un salón para ver la tele ye so es algo que me hace mucha gracia...¡Saludos!

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  2. Tu padre tiene razón, Mª José. Es cierto todo lo que te cuenta, yo también lo he vivido. Eran otros tiempos que, como todo, tenían sus ventajas y sus inconvenientes. Un besito, guapa

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  3. Querida amiga: Suerte que tú puedes recordar y añorar ratos vividos con los compañeros.
    Me casé muy joven y mi marido nunca ha querido que trabajase fuera de casa, no es que me pese el haber dedicado mi vida a la educación de mis hijos, pero me faltan esas otras vivencias que hoy tú recuerdas con cariño.
    Te dejo un fuerte abrazo.
    Kasioles

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  4. Querida Kasioles: las que hemos trabajado toda la vida también nos hemos perdido algunos ratos de la infancia de nuestros hijos. Yo creo que lo importante es ser feliz con lo que se está haciendo, y de todos modos, cuando los hijos son mayores y crecen, empieza a quedar un gran espacio para nosotras que podemos rellenar con aquellas cosas que no pudimos hacer de jóvenes. Un abrazo muy grande

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  5. Traes a tu blog hermosos recuerdos que nos hacen sentir bien a todos al leerlos

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  6. Lindos recuerdos, Un placer conocerte y seguirte, Saludos desde Puerto Rico

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  7. Como bien dices hay cosas que se aprende de en el ejercicio de la vida. dando tropezones. Me encanta leerte!

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  8. Gracias a las tres , Mª Jesús, Jackie y Marilyn, por vuestros comentarios. Me iniman mucho a seguir adelante. Un cariñosísimo abrazo

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  9. Que bien nos situas la relación contus compañeros y nos haces vivir cin intensidad tempos pasados llenos de anécdotas vividas intensamwnte..es una delicia leerte Pilar nos haces pasar momentos muy emocionantes!!! un abrazo de Begoña

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  10. Muchas gracias, Begoña, por tus comentarios siempre tan atentos y llenos de cariño. Un abrazo también para tí

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  11. Yo fui a una escuela como la de la foto en Asteasu, Gipuzcoa, pasate por mi blog, te he dejado un regalito.Besos

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  12. ¡Que bonito es recordar! Yo he tenido una juventud como la que describes en este relato y, creeme, aunque hemos pasado calamidades, las recordamos con una sonrisa.

    Un beso

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  13. Kira, garcias por tu regalo. Lo recigí y ya está colocado en el blog.Un beso

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  14. Mª Ángeles, a mí también me gusta mucho recordar, por eso abrí este blog. La verdad es que lo que pasó siempre se mira con añoranza y cariño. Un abrazo

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