Eso ocurre con esta antigua leyenda que, según cuentan sus buenas gentes, ocurrió por la segunda mitad del siglo XV.
Por aquel entonces era famosa la rivalidad entre dos grandes familias toledanas: Los Ayala y los Silva. Los Ayala eran partidarios del infante Don Alfonso, mientras que los Silva lo eran del rey Enrique IV. Y esta rivalidad existente entre las dos hizo de la ciudad escenario de eternas luchas y escaramuzas.
Cerca de la Catedral se encuentra una de las más bonitas y pintorescas plazas que adornan Toledo, la Plaza de San Justo, zona muy relacionada con los templarios y con encantamientos y cuevas. Hacia ella se dirigía por la noche Don Diego de Ayala, noble capitán que se disponía a visitar a su amada Isabel, que vivía en una callejuela cercana a la plaza. Unos pobres candiles daban luz al camino solitario que nadie se atrevía a recorrer a esas horas y en tiempos tan revueltos.Al pasar por la puerta de la iglesia que preside la plaza y le da su nombre, Don Diego descubrió su cabeza en señal de respeto y recogimiento, y fue en ese mismo momento cuando oyó los gritos de una dama pidiendo socorro.
Al momento, y sin saber de quién se trataba, se cubrió la cabeza, desenvainó su espada y tomando la capa a modo de escudo, se dispuso a plantar cara a los agresores. Sin embargo, quedó paralizado cuando descubrió que la dama en apuros era su prometida Isabel, y los miserables que querían raptarla los hombres de Don Lope de Silva, su eterno enemigo.
Se estableció entre ellos una lucha desigual, pues eran cinco espadachines contra uno y Don Diego, pese a que era un afamado luchador, solo consiguió arrebatar a Isabel de sus garras de un empujón, y protegerla con su propio cuuerpo.
Las hojas de las espadas tocaban a muerte, pero Don Diego no se rendía, y trataba de evitar que alguna mala estocada diera a su amada.
Al fin, agotado, no tuvo más remedio que retroceder, y viéndose acorralado contra la pared de la iglesia, elevó su mirada hacia el cielo pidiendo auxilio, más por la vida de la mujer que por la suya propia. Y al momento, como si te una cortina se tratase, las paredes del templo se abrieron y succionaron hacia dentro a la pareja. Después se cerraron como si nada hubiera ocurrido.
Don Diego y Doña Isabel, en el interior de la iglesia quedaron atónitos, sin saber si abrazarse o postrarse de rodillas agradecidos a Dios. Mientras, en el exterior, los cinco hombres rabiosos la emprendieron a estocadas contra la pared de la iglesia.
Inmediatamente las campanas comenzaron a sonar bulliciosas, y la plaza se llenó de vecinos sorprendidos por el fabuloso milagro. Los sicarios de Silva fueron apresados y juzgados, mientras que Diego e Isabel celebraron su boda pocas semanas después en el mismo altar que les había salvado la vida.
Hasta no hace mucho se podía ver en el rincón donde ocurrieron los hechos una pequeña hornacina con un Cristo, pero las rehabilitaciones de los últimos tiempos lo taparon y en su lugar aparace hoy esta placa como testimonio del milagro que, según dicen sus gentes, aquí tuvo lugar