
A partir de aquel primer encuentro en el Casino las cosas empezaron a cambiar. Coincidía muchas veces a la hora de cenar con mis nuevos amigos y teníamos un ratito de charla y café . Poco a poco fuímos tomando confianza y me enteré de muchas cosas que desconocía.
La farmacía pertenecía una mujer mayor, Dª Cari, que en sus buenos tiempos fue una muchacha guapa y lozana, con mucha cultura y de muy buena familia que llevaba con gran eficacia el negocio. Pero por alguna causa que desconozco cayó enferma, con algún tipo de obsesión o enfermedad mental, y un buen día se metió en la cama y ya no quiso salir más. Allí comía y vivía, sin salir a la calle, descuidando su aseo y su aspecto, y sin relacionarse con nadie, más que con la señora del pueblo que iba a limpiar. Llevaba años en esas condiciones. Entre las cuatro paredes de su cuarto envejeciendo y marchitándose. No tenía hijos ni familia cercana, solo alguna sobrina que vivía en Madrid y que iba a visitarla. Ante esa situación se hizo necesario contratar a alguien que se hiciera cargo de la farmacia, alguien competente y con estudios en la rama porque tendría que hacerlo absolutamente todo. Y aquí entra en juego Carmen, mi nueva amiga.
Carmen era una persona agradable, abierta y muy campechana, que esperaba algún día tener una farmacia propia en el pueblo. Su novio, un estudiante de Filología Hispánica ya entrado en años, no se separaba de ella y la ayudaba mucho en los ratos que podía a despachar los medicamentos. No tenía oficio, acababa de colgar los hábitos, pues había sido fraile en un convento y se había puesto a estudiar esperando algún día encontrar un buen trabajo. Esto último ellos no me lo dijeron nunca, pero yo me enteré por los comentarios de la gente, algunos eran bromas, pero otros eran algo más hirientes. Hoy eso no tiene ya ninguna importancia, pero en aquellos años...era diferente, y todavía algunas personas no lo veían bien y era objeto de burlas y críticas.
Sea como fuere, a mí me daba igual los comentarios y estuve muy contenta de haber entablado amistad con ellos.
-¡Vente a la farmacia con nosotros alguna tarde!-me dijo Carmen un día
Y yo , tan ansiosa como estaba de conversación y de calorcito humano, no me hice de rogar, y muchos días, cuando terminaba de preparar las clases del día siguiente, me iba con ellos hasta casi la hora de la cena.
El edificio era un poco viejo y estaba pegado a la carretera. Constaba de dos plantas. En la de arriba vivía Dª Cari con sus fantasmas y en la de abajo estaba la farmacía que tenía un cuartito donde guardaban los medicamentos clasificados en cajones. Era pequeñito, pero suficiente. Al lado tenía una mesa-camilla con un braserito delicioso. Cuando entraba alguien a por un medicamento salía alguno de ellos y se lo entregaba, pero como el pueblecito era tan pequeño no había demasiada demanda. La mayoría de los días no estábamos solos. Venían a la tertulia otras amigas, y así fue cómo el círculo se fue ampliando. Hablábamos de muchos temas y yo pasaba la tarde mucho más distraída.
Cuando el tiempo mejoró salíamos a dar paseos por el sol hasta una zona que la llamaban "La Alameda", o nos tomábamos un café en la Taberna del Francés, donde iba la gente un poco más joven. No había más opciones. Pero poco a poco y muy lentamente me fuí encontrando más cómoda y ya no me parecía tan tedioso aquel rinconcito perdido. Hoy, cuando lo recuerdo, hasta siento añoranza y un cariño especial por aquel primer año, tan distinto a los que luego le siguieron.