sábado, 24 de marzo de 2012
MIS NUEVOS AMIGOS
A partir de aquel primer encuentro en el Casino las cosas empezaron a cambiar. Coincidía muchas veces a la hora de cenar con mis nuevos amigos y teníamos un ratito de charla y café . Poco a poco fuímos tomando confianza y me enteré de muchas cosas que desconocía.
La farmacía pertenecía una mujer mayor, Dª Cari, que en sus buenos tiempos fue una muchacha guapa y lozana, con mucha cultura y de muy buena familia que llevaba con gran eficacia el negocio. Pero por alguna causa que desconozco cayó enferma, con algún tipo de obsesión o enfermedad mental, y un buen día se metió en la cama y ya no quiso salir más. Allí comía y vivía, sin salir a la calle, descuidando su aseo y su aspecto, y sin relacionarse con nadie, más que con la señora del pueblo que iba a limpiar. Llevaba años en esas condiciones. Entre las cuatro paredes de su cuarto envejeciendo y marchitándose. No tenía hijos ni familia cercana, solo alguna sobrina que vivía en Madrid y que iba a visitarla. Ante esa situación se hizo necesario contratar a alguien que se hiciera cargo de la farmacia, alguien competente y con estudios en la rama porque tendría que hacerlo absolutamente todo. Y aquí entra en juego Carmen, mi nueva amiga.
Carmen era una persona agradable, abierta y muy campechana, que esperaba algún día tener una farmacia propia en el pueblo. Su novio, un estudiante de Filología Hispánica ya entrado en años, no se separaba de ella y la ayudaba mucho en los ratos que podía a despachar los medicamentos. No tenía oficio, acababa de colgar los hábitos, pues había sido fraile en un convento y se había puesto a estudiar esperando algún día encontrar un buen trabajo. Esto último ellos no me lo dijeron nunca, pero yo me enteré por los comentarios de la gente, algunos eran bromas, pero otros eran algo más hirientes. Hoy eso no tiene ya ninguna importancia, pero en aquellos años...era diferente, y todavía algunas personas no lo veían bien y era objeto de burlas y críticas.
Sea como fuere, a mí me daba igual los comentarios y estuve muy contenta de haber entablado amistad con ellos.
-¡Vente a la farmacia con nosotros alguna tarde!-me dijo Carmen un día
Y yo , tan ansiosa como estaba de conversación y de calorcito humano, no me hice de rogar, y muchos días, cuando terminaba de preparar las clases del día siguiente, me iba con ellos hasta casi la hora de la cena.
El edificio era un poco viejo y estaba pegado a la carretera. Constaba de dos plantas. En la de arriba vivía Dª Cari con sus fantasmas y en la de abajo estaba la farmacía que tenía un cuartito donde guardaban los medicamentos clasificados en cajones. Era pequeñito, pero suficiente. Al lado tenía una mesa-camilla con un braserito delicioso. Cuando entraba alguien a por un medicamento salía alguno de ellos y se lo entregaba, pero como el pueblecito era tan pequeño no había demasiada demanda. La mayoría de los días no estábamos solos. Venían a la tertulia otras amigas, y así fue cómo el círculo se fue ampliando. Hablábamos de muchos temas y yo pasaba la tarde mucho más distraída.
Cuando el tiempo mejoró salíamos a dar paseos por el sol hasta una zona que la llamaban "La Alameda", o nos tomábamos un café en la Taberna del Francés, donde iba la gente un poco más joven. No había más opciones. Pero poco a poco y muy lentamente me fuí encontrando más cómoda y ya no me parecía tan tedioso aquel rinconcito perdido. Hoy, cuando lo recuerdo, hasta siento añoranza y un cariño especial por aquel primer año, tan distinto a los que luego le siguieron.
viernes, 16 de marzo de 2012
EL FRÍO Y CRUDO INVIERNO
Volví a mi rutina docente pasadas las fiestas de navidad, un nublado día de invierno. Llegué la tarde antes de comenzar las clases y lo primero que me impactó fue el terrible frío que hacía en la habitación. Helada de tantos días como había permanecido sin ninguna fuente de calor que la caldease. Lo primero que hice fue enchufar el pequeño brasero, pero era insuficiente para calentar todo aquello. Pegadita a él estuve lo que quedó de la tarde, abrasándome por delante y helándome por detrás. Al meterme entre las sábanas parecían húmedas y la sensación era muy desagradable. Tuve que pedir a Felisa alguna manta más porque me moría de frío. En la escuela me pasó lo mismo. Si ya antes la estufita de butano era insuficiente para calentar toda la estancia...al estar tantos días cerrada y con las terribles heladas que habían caído, no se podía parar ¿quién era capaz de sentarse quietecito a escribir en la mesa, en aquel ambiente tan destemplado?,Ni los niños ni yo podíamos, se acercaban a mí con las manitas heladas y yo les hacía moverse con juegos para que entraran un poco en calor. Si tuviera que resaltar algo que me quedó grabado de aquel invierno, seguramente sería eso, el frío que pasé. Ni las casas ni las escuelas eran como ahora, en la mayoría de los sitios se calentaban con estufas y braseros, pero ya sabemos lo que ocurre con ello, solo calientan mientras se está al lado, luego vuelve otra vez el frío, y salir de una habitación a otra se hacía un acto de heroísmo.
Pese a todo comencé las clases con alegría, con la maleta cargada de ilusiones y los niños me recibieron alegres, contentos de volverme a ver para que les hiciera juegos y les contara historias. Volvieron también las risas a la hora de comer con los compañeros y las conversaciones con Felisa que cada vez iban siendo más frecuentes a medida que nos íbamos conociendo y tomando confianza.. me hablaba de su hijo el mayor, de sus problemas de adolescencia, de su hija pequeña que estaba en el colegio y no quería hacer los deberes, de su hija mediana que era la que más la ayudaba....y de su marido. Ella se refería siempre a él diciendo " mi hombre", y a mí me hacía gracia el término. "Su hombre" era taxista, el único taxista del pueblo, ocasionalmente hacía viajes a la capital para llevar a la gente al médico o solucionar asuntos "de papeles", como se decía por allí, pero eso era sólo cuando salía el viaje, no daba para comer a toda la familia, por eso tenían también un pequeño negocio, una tiendecita parecida a una ferretería en la que se vendía de todo. Felisa se encargaba de ella, además de la casa y los hijos. El marido andaba siempre fuera, unas veces con el taxi y otras como transportista. Ella se sentía orgullosa de él cuando decía que se presentaría a las próximas elecciones municipales y que lo primero que iba a hacer si salía elegido era asfaltar las calles para que se pudiera transitar por ellas los días de lluvia.¡Falta hacía, desde luego!
A medida que pasaban los días me fuí haciendo a estar allí, iba conociendo a la gente y entrando en conversación, aún así el sentimiento de soledad era grande y la añoranza y el recuerdo de los míos ocupaba gran parte de mi pensamiento.No desaprovechaba ninguna ocasión de salir, cuando algún compañero me decía que si íbamos por la tarde a algún sitio, o algún amigo de pueblos cercanos venía a verme... pero esto se producía en ocasiones contadas, el resto de los días me comía mi ración de soledad y aburrimiento y sola, sin embargo algo se percibía que cambiaba. Ya no me sentía tan extraña y casi sin darme cuenta me iba acomodando al lugar.
Las cosas mejoraron más cuando una noche, a la hora de cenar en el Casino, la muchachita que me servía la mesa se acercó y me dijo:
- Los señores de la mesa del fondo la invitan a un café cuando termine la cena.
Me quedé sorprendidísima. Miré hacía atrás y eran dos chicas y un chico, algo mayores que yo, alrededor de unos treinta años.No los conocía ni los había visto en mi vida, no obstante me acerqué a agradecerles el detalle, y ellos me invitaron a sentarme un rato. Eran la farmaceútica y su novio, con una amiga. Me habían visto muchas noches ir a cenar, sabían quién era y esa noche decidieron entablar conversación conmigo.
La situación cambió a partir de entonces.
sábado, 25 de febrero de 2012
NAVIDAD EN LOS 80
¡Qué gusto volver a dormir en mi cama, rodeada de mis cosas! ¡Qué gusto volver a estar con mi gente!
Las vacaciones de navidad fueron para mí como encontrar un oassis en medio de un desierto, un paréntesis de alegría y bienestar.
La noche del 24 de diciembre cenamos, como era costumbre, en casa, con mis padres, mi hermana con su familia y mi abuelita Andrea, que se vino con nosotros aquellos días. Era lo tradicional, lo que se hacía en todas las casas. Una cena un poco especial y la alegría de poder encontrarnos todos juntos una vez más.Así de simple. Hace días he vuelto por la casa aquella, cerrada desde que murió mi padre, hace ya cerca de doce años, y me "hago cruces" de cómo podíamos caber tantos en un espacio tan reducido. Ahora que estamos acostumbrados a los salones de los chalets, de los cómodos y modernos apartamentos...parece incomprensible, sin embargo éramos felices así, y no echábamos de menos ninguna otra cosa. Seguramente porque se daba importancia a lo esencial.
Pero me voy del tema...los últimos días del año pasaron a ritmo de vértigo. Por la mañana leía y escuchaba música, por la tarde salía a pasear o a alguna cafetería con mi novio ( ahora es mi marido) y otros amigos. Querían saber cómo me había ido, cómo era mi vida en el pueblo, cómo pasaba el tiempo y qué lugares de diversión había, pero yo no tenía grandes aventuras que contar y tampoco me apetecía hacerlo, mi vida en el ambiente rural no era demasiado interesante, y lo que quería era pasarlo bien, aprovechar el tiempo, ir aquí y allí, y sobre todo ir al cine ¡Con lo que me gustaba! Bueno...me gustaba y me gusta. Del pueblo no queria ni acordarme, y no porque me trataran mal allí, pero sabía lo que me esperaría a la vuelta y por eso quería disfrutar al máximo. ¡Nunca saboreé las navidades tanto como entonces!
La noche de Fin de Año, después de tomar las uvas, me fuí a una casita de campo que tenían mis padres, un chalecito pequeño para pasar los veranos, con toda la tropa de amigos. Compramos bebidas, cosas de comer, llevamos un tocadiscos portátil con un montón de discos de vinilo de los de antes, disfraces..y todo lo que se nos ocurrió para pasar una noche divertida al cien por cien.Uno de los amigos se llevó una piel de tigre con cabeza, y como la casita estaba cerca de la carretera, cuando pasaba un coche salía con la piel de tigre puesta en la cabeza a hacer autostop. El alboroto no podía ser mayor ¡No paramos de reír , bailar y pasarlo bien!. El día siguiente nos sorprendió comiendo frutos secos y contando anécdotas, y alguno que otro un poco "trompa" tirado en el sofá o algún sillón. A las siete de la mañana, dos de los chicos fueron a la ciudad a buscar una churrería abierta, mientras las chicas nos quedamos preparando el chocolate...¡Qué tiempos!¡ Con qué poco nos conformábamos! Después del desayuno, recogimos todo y nos fuimos cada uno a su casa a dormir. El 1 de enero, Año Nuevo, lo pasamos casi todo él durmiendo.
Los días se aceleraban cada vez más y antes de que me diera cuenta ya habían pasado todas las fiestas. Sin saber cómo me encontré otra vez haciendo la maleta y con la mirada puesta en la clase y los niños. Mi abuela salió a despedirme hasta la puerta de la calle, y con lágrimas en los ojos, lo mismo que cuando llegué, me dijo que me cuidara mucho...¡Qué lejos estaba yo de saber que esas serían las últimas navidades que pasaríamos juntas!
domingo, 19 de febrero de 2012
LA LLEGADA DE LA NAVIDAD
....Un día a mediados de diciembre, la madre de uno de mis pequeños alumnos llamado Ángel, se presentó por la mañana con un queso y unas figuritas de mazapán.
-Tenga, señotita, para que celebre la Navidad con su familia. El queso es de cabra y el mazapán lo hemos hecho nosotros.
Me puse tan azarada, que no acerté más que a decir:
-Muchas gracias, pero no era necesario que se hubiera molestado...
-No, no- me cortó- Si no es ninguna molestia. Si le estamos muy agradecidos, y el niño viene muy contento a las clases...
Yo desconocía que en aquel rinconcito manchego todavía se conservaban las viejas tradiciones de regalar algo de comer a los maestros cuando llegaba Navidad. Y todos, el que más y el que menos, aunque no tuvieran mucho que ofrecer, hacían el esfuerzo de llevar alguna cosilla. A mí me costaba trabajo aceptarlo algunas veces , pues sabía que eran gente humilde, que vivían del campo, de las viñas, de lo que podían,y que muchas veces andaban con lo justo. pero no me podía negar a coger lo que llevaban porque lo hubieran considerado una descortesía por mi parte. Y así fue como, la víspera de las vacaciones me junté con un montón de paquetitos y tuve que llamar a mi madre para advertirle, que no comprara dulces aquel año , que llevaba unas cuantas cajas y se echarían a perder.
Los días previos a la partida vacacional transcurrieron, tranquilos pero alegres. No disponía en la clase de ningún adorno de navidad, ninguna bolita de color o espumillón para colocarlo por la pared, asi que tuve que echar mano de la imaginación y con unas barritas de plastilina que había en el armario hice un pequeño nacimiento, ayudándome con algunas ramitas y piedras que encontré en el patio de recreo. Los niños trajeron las panderetas y aprendieron algunos villancicos que luego le cantábamos al Niño.Pero el ratito que más disfrutaban era cuando nos sentábamos en la alfombra y contábamos cuentos de navidad. Eran unos momentos que adoraban, y yo con ellos. Allí, al calorcito de la estufa saqué todo mi repertorio de historias, las que había leído, las que me habían contado, o las que me inventaba. Me miraban fascinados, atentos a todas las palabras que salían de mi boca,que unas veces eran graves, otras agudas, otras semejaban a alguien que se enfada, que se sorprende...dependiendo del personaje que hablara, y ninguno se distraía, estaban todos atentísimos. ¡Que distinto es ahora! Cuando he intentado contar un cuento en los cursos bajos, hay siempre algunos que no quieren escuchar, están tan llenos de estímulos por todos lados, tan artos de todo, que no saben saborear esos bellos momentos...
El último día me despedí de mis pequeños alumnos con un beso y deseándo que los Reyes les trajeran muchas cositas buenas. Yo, por mi parte, estaba feliz. Feliz de volver a mi casa,a reencontrarme con mi familia y mis amigos.Hacía tiempo que lo venía saboreando
La noche antes ya había dejado la maleta preparada, y a las dos del día siguiente esperaba impaciente en la plaza el autobús que me llevaría de vuelta a mi hogar. Cuando subí y me senté en mi asiento, oí detrás de mi una voz, que en forma de susurro decía a otra persona: "Esta es la maestra". Pero ya no me importó, en poco más de una hora sería una persona perdida entre otras muchas. Al ver como aparecían en el horizonte, la torre de la Catedral y los cuatro picachos del Álcázar de mi pequeña ciudad mi corazón estalló de alegría. Mi madre me recibió con un beso emocionado y mi abuela Andrea, que pasaba las vacaciones con nosotros, no pudo contener las lágrimas...¡Volvía a mi hábitat!
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