Por las noches dormía en "casa de Felisa". Era lo más parecido a una pensión que se podía encontrar en el pueblo. Felisa era una mujer de cuarenta años, pero de cuarenta años de las mujeres de antes. Entregada en cuerpo y alma a su marido y sus cuatro hijos. Hasta ella no había llegado la liberación femenina de la que tanto se hablaba en las ciudades, ni la realización fuera del hogar, ni el que una mujer pudiera hacer las mismas cosas que un hombre. Ella se llevaba las manos a la cabeza cuando veía por la televisión que las mujeres exigían igualdad de derechos y salían por ahí sin llevar al marido al lado. Y yo también me llevaba las manos a la cabeza de ver que todavía había gente, sobre todo mujeres, que pensaban como ella. Creo que no veía con buenos ojos que fumara, ni tampoco que me fuera a cenar con algún amigo y llegara cuando todos hacía rato que dormían. Pero era joven, tenía 23 años y unas tremendas ganas de vivir y divertirme. Su mentalidad y la mía estaban a años-luz de distancia y por mi pàrte no estaba dispuesta a retroceder en mi manera de ser y de pensar. Pese a todo era una buena mujer, muy a la antigua pero gran persona, y aunque no aprobara alguna de mis acciones siempre las respetaba y nunca se quejó de nada ni hizo comentario alguno.
Felisa me había alquilado una habitación en la segunda planta de su casa. Era grande y con una gran cristalera. Tenía dos camas y una mesita-camilla donde me ponía a trabajar en cosas de la escuela. Los muebles eran nuevos y todo estaba muy limpio y cuidado, pero a mí las tardes se le hacían terriblemente largas allí. Desde las seis que salía de clase hasta la hora de cenar pasaba lo peor del día porque me moría de aburrimiento sin conocer a nadie de mi edad y sin tener ningún sitio a donde ir. ¡Ah, cómo echaba de menos mi casa! Contaba las horas que faltaban para que llegara el viernes por la tarde y poder regresar a mis libros, mis cuadros, mis amigos...poder ir al cine o a alguna cafetería sin que nadie me reconociera, sin que nadie supiera que era la maestra. Mi ciudad natal no es grande, pero había sitios a los que acudir, había lugares para que se distrajera la gente joven, sin embargo en el pueblo no había nada, ni tan siquiera una triste cafetería a la que poder ir sin llamar la atención.
Por eso las tardes las pasaba en mi cuarto, me llevé bastantes libros de casa para leer y una pequeña radio a pilas en la que escuchaba programas de música y noticias. También me distraía sacando actividades y juegos para hacer con los niños en clase y escribiendo cartas a los amigos.Así pasaba el tiempo, lento, interminable.
Una vez en semana me acercaba a una cabina de teléfono que había al lado de la carretera, frente al Casino, y llamaba a mi madre. Era un ratito de respiro que me recordaba el mundo al que pertenecía...¡ tan lejos del que me encontraba! Me gustaba mucho oir su voz y estar un ratito de charla con ella porque me entendía y me rodeaba de mimos y atenciones, aunque solo fuera por teléfono. Luego regresaba de nuevo a la soledad del cuarto, y algunas tardes, era tanta la necesidad que tenía de hablar con alguien, que me bajaba un ratito con Felisa, aunque sabía que no hablaríamos en el mismo idioma.
A las nueve aproximadamente me acercaba al Casino a cenar algo caliente. Los primeros días fuí la espectación. Estaba lleno de hombres y cuando entraba por la puerta todos se giraban a mirarme, yo me sentía incomodísima sabiéndome observada y pedí a la dueña del bar que me pusiera en algún lugar apartado, lejos de las miradas de curiosos. Y así pude comer tranquila durante algún tiempo.
En definitiva esta era la vida de entonces en las zonas rurales. Las mujeres poco podían hacer salvo estar en su casa y ocuparse de las tareas que se habían relegado a su sexo, y los hombres, después de la jornada en el campo tenían el ratito de charla en la taberna. Solo han pasado treinta años y parece que hubiera sido un siglo.Los tiempos han corrido muy deprisa y las cosas ya no son ni sombra de lo que fueron.Pero ahí quedan estos pequeños hilvanes de recuerdos para conservarlos en la memoria.