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sábado, 28 de enero de 2012

AL SALIR DE LA ESCUELA



          Por las noches dormía en "casa de Felisa". Era lo más parecido a una pensión que se podía encontrar en el pueblo. Felisa era una mujer de cuarenta años, pero de cuarenta años de las mujeres de antes. Entregada en cuerpo y alma a su marido y sus cuatro hijos. Hasta ella no había llegado la liberación femenina de la que tanto se hablaba en las ciudades, ni la realización fuera del hogar, ni el que una mujer pudiera hacer las mismas cosas que un hombre. Ella se llevaba las manos a la cabeza cuando veía por la televisión que las mujeres exigían igualdad de derechos y salían por ahí sin llevar al marido al lado. Y yo también me llevaba  las manos a la cabeza de ver que todavía había gente, sobre todo mujeres, que pensaban como ella.  Creo que no veía con buenos ojos que  fumara, ni tampoco que me fuera a cenar con algún amigo y llegara cuando todos hacía rato que dormían. Pero era joven, tenía 23 años y unas tremendas ganas de vivir y divertirme. Su mentalidad y la mía estaban a años-luz de distancia y por mi pàrte no estaba dispuesta a retroceder en mi manera de ser y de pensar. Pese a todo era una buena mujer, muy a la antigua pero gran persona, y aunque no aprobara alguna de mis acciones siempre las respetaba y nunca se quejó de nada ni hizo comentario alguno.
          Felisa me había alquilado una habitación en la segunda planta de su casa. Era grande y con una gran cristalera. Tenía dos camas y una mesita-camilla donde me ponía a trabajar en cosas de la escuela. Los muebles eran nuevos y todo estaba muy limpio y cuidado, pero a mí las tardes se le hacían terriblemente largas allí. Desde las seis que salía de clase hasta la hora de cenar pasaba lo peor del día porque me moría de aburrimiento sin conocer a nadie de mi edad y sin tener ningún sitio a donde ir. ¡Ah, cómo echaba de menos mi casa! Contaba las horas que faltaban para que llegara el viernes por la tarde y poder regresar a mis libros, mis cuadros, mis amigos...poder ir al cine o a alguna cafetería sin que nadie me reconociera, sin que nadie supiera que era la maestra. Mi ciudad natal no es grande, pero había sitios a los que acudir, había lugares para que se distrajera la gente joven, sin embargo en el pueblo no había nada, ni tan siquiera una triste cafetería a la que poder ir sin llamar la atención.
          Por eso las tardes las pasaba en mi cuarto, me llevé bastantes libros de casa para leer y una pequeña radio a pilas en la que escuchaba programas de música y  noticias. También me distraía sacando actividades y juegos para hacer con los niños en clase y escribiendo cartas a los amigos.Así pasaba el tiempo, lento, interminable.
          Una vez en semana me acercaba a una cabina de teléfono que había al lado de la carretera, frente al Casino, y llamaba a mi madre. Era un ratito de respiro que me recordaba el mundo al que pertenecía...¡ tan lejos del que me encontraba! Me gustaba mucho oir su voz y estar un ratito de charla con ella porque me entendía y me rodeaba de mimos y atenciones, aunque solo fuera por teléfono. Luego regresaba de nuevo a la soledad del cuarto, y algunas tardes, era tanta la necesidad que tenía de hablar con alguien, que me bajaba un ratito con Felisa, aunque sabía que no hablaríamos en el mismo idioma.
          A las nueve aproximadamente me acercaba al Casino a cenar algo caliente. Los primeros días fuí la espectación. Estaba lleno de hombres y cuando entraba por la puerta todos se giraban a mirarme, yo me sentía incomodísima sabiéndome observada y pedí a la dueña del bar que me pusiera en algún lugar apartado, lejos de las miradas de curiosos. Y así pude comer tranquila durante algún tiempo.
          En definitiva esta era la vida de entonces en las zonas rurales. Las mujeres poco podían hacer salvo estar en su casa y ocuparse de las tareas que se habían relegado a su sexo, y los hombres, después de la jornada en el campo tenían el ratito de charla en la taberna.  Solo han pasado treinta años y parece que hubiera sido un siglo.Los tiempos han corrido muy deprisa y las cosas ya no son ni sombra de lo que fueron.Pero ahí quedan estos pequeños hilvanes de recuerdos para conservarlos en la memoria.

sábado, 21 de enero de 2012

MIS PRIMEROS ALUMNOS



          Eran veinte enanitos de cuatro años que me miraban curiosos, pero me trataban con total familiaridad. Ninguno lloraba a la hora de entrar , ni se les veía desconfiados por quedarse con una persona extraña a la que no habían visto nunca. Han pasado casi treinta años de aquello y todavía me acuerdo del nombre de algunos de ellos.
          Había uno que se llamaba José Luis. Era delgadito y de pelo rubio. Muy alegre y de buena capacidad intelectual. Siempre terminaba el trabajo de los primeros y le encantaba jugar con los bloques lógicos y la plastilina. Resuelto, inquieto y con buenas habilidades sociales. A su lado se sentaba María, una niñita tímida y pequeñita que pasaba por la clase casi desapercibida. Me daba pena esta niña. No tenía madre, murió al poco de nacer ella y su padre andaba siempre de viaje por motivos de trabajo, casi no le veía. Se criaba con su abuela, una persona muy mayor que siempre iba vestida de negro de pies a cabeza, con una toquilla de las de antes. Cuando la veía me parecía que el tiempo retrocedía veinte o treinta años. Mujer huraña y de pocas palabras,  a penas la entendía cuando me hablaba ( las pocas veces que se dirigió a mí). Estoy segura que la niña recibía pocas muestras de cariño, que nadie se entretenía en jugar con ella ni contarle algún cuento por las noches.Se le notaba algo extraño, diferente del resto. Sus ropas eran muy modestas, y es muy probable que su familia pasara dificultades económicas Por eso me daba pena, y por eso la rodeaba de atenciones.
          En el grupo también estaban Jorge, el hijo del director de la Caja, que era de los más pequeños  y se notaba un poco su inmadurez con relación al resto; Pilar, una niña que siempre iba muy bien arregladita...Alejandro, el del médico, que vivía solo con su padre.  Recuerdo que un día se hizo caca en mitad de la mañana, se puso a llorar y cuando me acerqué un poco, en seguida comprendí lo que era por el olor.¡Me dieron los siete males y medio! ¡Menudo apuro! Allí sola, sin saber qué hacer, sin teléfono para avisar a nadie y diecinueve renacuajos pegados a mis faldas.. le llevé al servicio,le limpié como pude,  pero el niño seguía sucio y olía fatal, Estaba para meterle en la ducha y lavarle de arriba abajo,  no le podía dejar así, de modo que pedí a mi compañero de al lado que echara un vistazo a mi clase, y yo me fuí con el niño hasta la consulta de su padre, que se deshizo en atenciones conmigo...
          Era una clase buena, todos ellos hijos de gente sencilla que trabajaba en el campo, principalmente en las viñas. La recogida de la uva en septiembre y primeros de octubre era primordial. El pueblo casi se paralizaba y todo el mundo ( hombres, mujeres y niños) ayudaban en las viñas. Todo el pueblo olía a uvas y a vino. En la clase los niños mayores faltaban muchísimo en aquellos días porque iban al campo a ayudar a sus padres, tíos, abuelos, y hasta que no recogían el último racimo no se incorporaban. Era tan marcado el absentismo escolar que las clases de la tarde , que según el calendario escolar de entonces debían comenzar el 1 de octubre, no empezaban hasta pasado el Pilar ( 12 de octubre). Podría decir que, en aquel lugar de la Mancha, esa era la fecha en la que empezaba el curso para los chicos mayores.
          Los pequeños, en cambio, permanecían ajenos a todo aquello, y puntualmente iban a clase todos los días. Comenzábamos a las nueve y media y salíamos tres horas después. Por la tarde la entrada se hacía a las tres hasta las cinco. A esa hora, cuando los niños se iban, yo me quedaba sola en la clase con una pila de cuadernitos para corregir y poner nuevas tareas para el día siguiente. Era un ratito que adoraba. Allí, sola y sin el bullicio de la chiquillería podía pensar y reflexionar, organizar mi trabajo y ver cómo se desenvolvían los niños con el suyo. Haciéndolo todo a mano no me quedaba mucho tiempo para decorar la clase, pero poco a poco le fuí dando otro aspecto, a ratitos  y como podía. Por la ventana se veía un antiguo molino ( de los de don Quijote), me gustaba mucho mirarlo...¡La de juegos y actividades que me pasarían por la cabeza mirando aquel viejo molino!
          El tiempo nos hace mirar las cosas de forma idílica, las trastoca y parece que " cualquier tiempo pasado fue mejor", como dice Jorge Manrique en sus famosas coplas, pero es lo que me ha quedado de entonces y así es cómo lo recuerdo. Cuando lo viví seguramente no fuera así, pero ya no puedo retroceder.
          Muchas veces me he acordado de aquella clase y de los niños. No los recuerdo a todos, pero al grupito que más sobresalía si. Ahora me pregunto qué habrá sido de ellos, dónde habrán ido a parar y en qué gastarán su vida. Haciendo cuentas ya tendrán más de treinta años, alguno puede que esté casado y con hijos, y muy probablemente me habrán hecho "abuela-maestra".

sábado, 14 de enero de 2012

MI PRIMERA CLASE



          El edificio tenía  olor a antiguo, a viejo, a pueblo. Una sola planta dividida en dos clases y unos servicios en la zona trasera. Estaba  a cinco minutos andando del colegio nuevo, todo reluciente, con su patio de cemento, su calefacción, su teléfono, sus instalaciones modernas... lejos de la estufa de gas y la pizarra negra descascarillada que me había tocado a mí en suerte. Sólo dos maestros estábamos en la zona antigua. Dos maestros que habíamos llegado los últimos al reparto de cursos, los dos más jóvenes, los dos que acabábamos de empezar.
          Pero no me sentí mal por ello, estaba tan contenta y entusiasmada por haber logrado una plaza que todo lo recibía con los brazos abiertos, incluso cuando me comunicaron que los alumnos que tendría serían de cuatro años. ¡La última clase que quedaba!..Y me la adjudicaron a mí que no solo no tenía experiecia, sino que ni tan siquiera era mi especialidad. Entonces las cosas las hacían así, sin sentido. Uno estudiaba una especialidad y después impartía clase de cualquier otra cosa, para la que  no estaba preparado. Afortunadamente aquello se modificó a los pocos años.
          El primer día que llegué a "mi escuela" estaba completamente perdida y comida por los nervios. Un montón de madres con sus pequeños retoños se amontonaban a la puerta de la verja.
-Buenos días- saludé
-Buenos días-contestaron mirándome de arriba abajo sin ningún disimulo
          Los niños entraron, uno a uno, sin llorar. Parecían acostumbrados a esa situación y las madres se retiraron de inmediato. Veinte renacuajillos conté y yo sin saber qué hacer con ellos. Me vino a la memoria entoces los años de carrera y las horas perdidas estudiando los sistemas de ecuaciones en matemáticas y el "realismo mágico" en literatura ¿para qué me servía eso ahora? Ni tan siquiera la psicología del desarrollo o la pedagogía fundamental que aprendí me valían  para aplicarlas allí. Desconocia las estrategias, los métodos, los recursos de los que podía echar mano, la utilización del material ...y entonces comprendí que no se es maestro porque se tenga un título o unas oposiciones aprobadas, el maestro,además de llevar la profesión en el corazón, se va haciendo poco a poco, con la sabiduría que le da la experiencia de los años y con lo que aprende de los niños.
          Aquella misma tarde, cuando la clase quedó vacía y cerré la verja, me dirigí al colegio nuevo, a rebuscar entre los libros de la biblioteca alguno que hablara de cómo organizar una clase de infantil. Me llevé todos los que encontré, tres o cuatro, y me puse a estudiar lo que tenía que saber y no me enseñaron.
          Dividí la clase en grupos de cuatro o cinco mesas y a cada grupo le dí un nombre ( las hadas, los vaqueros, los muñecos...),hice una lista de hábitos que quería que aprendieran y después me puse con los contenidos, los conceptos, la motricidad. Todo lo que leía en los libros y me parecía buena idea lo aplicaba con mis niños, no tenía otro recurso al que acudir para recibir información y formación a la vez.
          Los niños no disponían de cuadernillos de fichas bonitas como tienen ahora, las fichas las hacía yo cada día, una a una, inventándome los dibujos. No tenían juegos ni juguetes, a penas unas pocas cajas de bloques lógicos y bolas de plastilina. Los cuentos brillaban por su ausencia, de modo que tuve que echar mano de mi imaginación para contarles historias que les gustaran. No había ni un modesto radiocassette para que pudieran escuchar alguna canción infantil, se la tenía que cantar yo ( las pocas que sabía, porque no era muy amplio mi repertorio). Las paredes estaban desnudas, vacías, desoladas, me llevé de casa unos dibujitos que tenía hechos para mis sobrinas, de personajes Disney y los coloqué, y los fines de semana dedicaba un buen rato en casa a sacar otros para eliminar la sensación de tristeza y abandono que se percibía al entrar.
          Todo esto que puede parecer tremendo ahora, no lo era tanto en aquellos años. En muchos pueblos estaban así y se veía casi con normalidad, incluso había sitios peores, como después pude comprobar. Eran otros tiempos. En las ciudades la educación se vivía de otra manera, pero en las zonas rurales todavía faltaban unos años para que se pudiera igualar.Por eso la escasez de recursos no me sorprendió demasiado, muy al contrario me estimuló para poder crearlos yo misma, y dedicaba las tardes enteras, en cuerpo y alma a esta tarea.

viernes, 6 de enero de 2012

En un lugar de La Mancha....



         
          Hace tiempo que me ronda en la cabeza la idea de escribir algo sobre mi vida profesional. ¡Hay tantas anécdotas! ¡Tantas y tantas experiencias con niños y adultos!  El material da sobradamente para escribir un libro detrás de otro. Pero yo no soy tan ambiciosa, no tengo paciencia para estar mucho tiempo enredada en una misma cosa, lo que empiezo lo tengo que acabar casi de tirón, de lo contrario pierdo fuelle, me canso, lo arrincono y…¡si te he visto no me acuerdo!
          Por eso lo que voy a contar son pequeños recuerdos sacados de aquí y de allí, de los pueblos por los que he pasado, de los numerosos niños a los que he enseñado, de los compañeros que me han dejado huella, de las familias y sus problemas…en definitiva, una especie de picoteo mezclado con algunas cosillas de mi invención para hacer el relato un poco más interesante. No todo lo que se cuenta es verdad ni ocurrió así al pie de la letra, aunque tampoco hay nada que sea mentira porque todo está sacado de la experiencia de muchos años de rodaje.
           ¡En fin! Puesto que la imaginación es libre, cada cual que imagine lo que quiera, que es muy probable que a partir de este relato surjan otros muchos sin haberlo pensado.



          En un lugar de la Mancha, lo mismo que ocurrió con Don Quijote, comenzó mi historia. En un pueblecito pequeño y olvidado en medio de extensos viñedos que lo  desdibujaban y casi lo  hacían desaparecer, un puñadito de casas divididas por la carretera, único nexo de unión con las demás poblaciones más importantes. El ayuntamiento y la iglesia, símbolos del poder humano y divino, eran las dos instituciones que lo presidían. El primero se asentaba en la misma plaza, con sabor a antiguo y una balconada en madera bastante bien conservada,  la segunda alzaba su torre al pie de la carretera, tirando a las afueras. El exterior no era nada del otro mundo, cuatro piedras, una sobre otra, sin ningún estilo reconocido, su interior nunca lo visité. Tabernas, bares y otros lugares de diversión no había, salvo el casino, que daba comidas a los viajeros y por las noches cobijo a los trabajadores que se reunían a tomar unos “chatos de vino, y la “taberna del francés” que servía cervezas a la escasa clientela más joven.
          Era un pueblo de gentes sencillas, que se dedicaban al cuidado de las viñas y la tierra.

          Allí fuí a caer en mi primera experiencia docente.Lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Era un 22 de septiembre, tenía 23 años y todo un libro de páginas en blanco para escribir con las palabras del día a día.

        La mañana estaba fresca pero el día se presentaba caluroso .Fué un día cargado de emociones ¡Ochenta kilómetros me separarían de mi casa! ¡De mi hábitat! Ochenta kilómetros de viaje en los que no hacía más que pensar cómo sería mi vida allí y qué tal me desenvolvería con la escuela. Cierto que no era la primera vez que daba clase,que ya había tenido mis prácticas en Magisterio y también había sacado algún dinerillo con las clases particulares que di en casa antes de aprobar las oposiciones, pero una escuela para mi sola, en la que yo tomara las riendas absolutas, no la había tenido nunca, y eso producía mucha desazón en mi estado de ánimo.

          - Aquí no tendrás problemas. Es un pueblo pequeño y tranquilo- Fueron las palabras que me dedicó el director del colegio al llegar y que tuvieron la virtud de apaciguar mi desasosiego. En realidad todo él infundía tranquilidad. Se le veía resuelto y acostumbrado  a estas cosas y más. Parece que le estoy viendo, estábamos en una habitación grande, con un ventanal amplio en el frente que iluminaba la estancia. Era un lugar  que hacía las veces de despacho y almacén a juzgar por la gran cantidad de cajas con material que se almacenaban en los rincones. Estábamos sentados en la mesa de dirección. Yo nerviosa como un flan, él tranquilo, reposado. Parecía de carácter abierto y afable, y se alegró de que estuviera allí, porque llevaban más de una semana esperando una maestra para los niños de cuatro años.  Me habló del horario, del pueblo, de los compañeros que tendría , y después,sin demasiados protocolos, me llevó a  conocer los que a partir de ese día iban a ser mis alumnos.